LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA.
PICAR TROYA.
Edgardo Rafael Malaspina Guerra
1
La Semana Santa era una mezcla de creencias,
religiosas y supersticiosas. La abuela Matilde decía que las lluvias, unos días
antes de iniciarse la Semana Mayor, era para que maduraran las ciruelas, y
también para que salieran los morrocoyes.
En Semana Santa no todo era recogimiento y oración.
Como en el Eclesiastés había un tiempo para cada cosa. Las actividades ociosas y
divertidas, que terminaban con la quema de Judas, incluían juegos de mesa, y competencias a cielo abierto en la calle o en los patios de
las casas.
2
Se
jugaba al “trompito”, una variante del juego de los dados. Era una diversión
dentro de la casa.
Picar
Troya era una distracción de jóvenes y
adultos. Se picaba troya en la avenida. El juego, en realidad, es una variante
de una guerra. “Arder Troya” es una expresión homérica. Está en la Ilíada. Pero
los trompos existían antes de la llegada de los españoles. Nuestros indios
jugaban al trompo y a la zaranda.
3
Antes
de iniciar el juego de troya se dibujaba
un círculo en el suelo, y luego cada participante lanzaba su trompo. La idea
era golpear el trompo que yacía sobre un círculo. Antes se había establecido el
recorrido de la competencia. El trompo perdedor era maltratado por los otros trompos. Recibía mazazos con la
punta metálica del trompo castigador, sostenido por su propio guaral.
Antes
podía pactarse el “perrito pegón, maceta”, es decir, si el trompo castigador
dejaba su punta clavada sobre el trompo perdedor, se recurría a un objeto
pesado para rematar la acción. Por lo general, el trompo perdedor terminaba
dividido en dos partes.
4
Había
trompos serenitos, cuyo baile era equilibrado y uniforme, como si bailasen un
pasaje. Había también trompos “taratateros”, desajustados y estridente, como
si bailasen un joropo recio.
5
Había
trompos de fábrica, bien pintaditos con su respectivo cordel. Pero también había trompos caseros,
fabricados por manos expertos. Muchas veces no estaban pintados y lucían el
color original de la madera con la cual los esculpieron. Se bailaba con un
mecatillo. Cuando este tipo de trompos tenía gran tamaño se les dominaba
“batata”.
6
Otro
juego consistía en tomar un trompo en pleno baile y pasarlo a una mano para que
siguiera su danza. El trompo también podía ser colocado sobre una uña, pero
esto era máxima destreza de
prestidigitador. A Carlos nadie le ganaba en esta peculiar forma del juego de
los trompos.
¡Cógeme
ese trompo en la uña! Es una expresión para retar a una persona a cualquier
cosa.
7
Bailar
zarandas era un espectáculo de lujo muy concurrido. Las zarandas se hacía con
calabazas secas, y bailarlas era cosa de maestros. A la zaranda en pleno baile
se le lanzaba un trompo para tratar de romperla. Generalmente, los trompos eran
las batatas.
Estas
exhibiciones, mezcla de muy logrado arte y talento natural, las vi en el patio de la
tía Rogelia.
Nunca
olvido el siguiente episodio. Había un señor que andaba en una bicicleta de
reparto, no recuerdo su ocupación, que participaba en un juego de zarandas. Se
llamaba Evaristo, y por sus labios pronunciados le decían “Evaristo El Trompú”,
sobrenombre que no lo perturbaba. Un día alguien lanzó su batata a una zaranda.
La batata rebotó y cayó sobre la frente de Evaristo El Trompú. Salió un hilo de
sangre, lo que ameritó la muy oportuna intervención de don Cecilio Chire, quien
le aplicó, según lo dijo él mismo, “una pellá de chimó”. Un tratamiento, de la
medicina alternativa, de evidente
procedencia indígena.
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