CASAS
Y COSAS DE LAS MERCEDES DEL LLANO.
LA
BODEGA DE CONCHO PERALTA.
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra.
1
Dicen
que en las ruinas de la arquitectura del
mundo clásico, las estatuas de grandes hombres y en cualquiera obra de arte
prestigiosa puede encontrarse la
inscripción “Memento mori” (Recuerda que morirás). Las humildes, pero muy
sentidas ruinas de nuestros pueblos no tienen ni tendrán esos pomposos
latinazgos, pero están implícitos para
los que saben leer el lenguaje de las
cosas marchitas.
2
No
recuerdo el nombre de la bodega de Concho Peralta. Pero sí recuerdo que era de barro y bahareque y que luego fue
reconstruida como aparece en la fotografía. Allí vemos una pared desteñida con
una puerta hierro grande y una ventana, a través de la cual también se atendía
a los clientes. Carlos, pintor y poeta,
escribió estos versos:
Aquellas calles de
mi pueblo
quisiera
recorrerlas como en sueños
para volver a ser
el mandadero
y pedirle mi ñapa
al bodeguero
Concepción Peralta
o don Eusebio.
3
Cada
bodega se especializaba en algún rubro. La bodega de don Eusebio siempre vendía
“sorpresas”, pequeños envoltorios que contenían alguna bagatela o confites. La
de don Toribio, un señor rechoncho de ojos azules, que se sentaba frente a su
negocio en una silla reclinada contra la pared, tenía la estantería llena de
aceites de todos los colores: de coco, de aguacate, de rosas, etc. Nunca supe por qué don Toribio le puso a su bodega un
nombre onomatopéyicamente acuático: “Chupulún”. Nuevamente Carlos versifica:
Era muy pintoresca
otra bodega
llegar a ella era
un gran alivio
pues vendía aceite
e´coco y cafenol
se llamaba
“Chupulún” con gran honor
y era su dueño el
viejo don Toribio.
4
Otra
cosa era la bodega de don Narciso: solo vendía leña y querosén. Su rostro no se
inmutaba por nada, y decían que tenía libros misteriosos con cuyas lecturas
dejó de creer en Dios. Se entraba a ese recinto en silencio y con mucha
cautela.
5
Concho
Peralta era un hombre trabajador. Además del expendio tenía un arrozal al cual
aplicaba fuego de tiempo en tiempo. La
gente veía humo por alguno de los costados del cielo, y exclamaba:
¡Concho
está preparando la tierra para sembrar! ¡Está quemando su “rosa”!
6
El
negocio de Concho quedó grabado en mi mente como una bodega que vendía
verduras. En el mostrador, al lado del
peso, estaban unas yucas, unas batatas y otros tubérculos; y en el techo
colgaban unos topochos. Al entrar lo primero que resaltaba era un cuadro de “Yo
vendía a crédito, yo vendía al contado”. El primer hombre está cariacontecido,
flaco y demacrado; el segundo se ve contento, lozano y pasado de kilos.
El
hombre que vendió al contado se asociaba, no solo al éxito económico, sino
también al bienestar físico. Era común escuchar en una conversación:
—Fulano
de tal está gordo, tiene buena salud.
Hoy
ya no se piensa así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario