LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA
LIBRO DE EDGARDO MALASPINA.




LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA
2014

martes, 22 de abril de 2025

LA BODEGA DE CONCHO PERALTA.

 

 

CASAS Y COSAS DE LAS MERCEDES DEL LLANO.

LA BODEGA DE CONCHO PERALTA.

Edgardo Rafael Malaspina Guerra.


 

 

 


1

 

Dicen que en las ruinas de la arquitectura  del mundo clásico, las estatuas de grandes hombres y en cualquiera obra de arte prestigiosa  puede encontrarse la inscripción “Memento mori” (Recuerda que morirás). Las humildes, pero muy sentidas ruinas de nuestros pueblos no tienen ni tendrán esos pomposos latinazgos, pero están implícitos  para los que saben leer el lenguaje  de las cosas marchitas.

2

No recuerdo el nombre de la bodega de Concho Peralta. Pero sí recuerdo  que era de barro y bahareque y que luego fue reconstruida como aparece en la fotografía. Allí vemos una pared desteñida con una puerta hierro grande y una ventana, a través de la cual también se atendía a los clientes.  Carlos, pintor y poeta, escribió estos versos:

Aquellas calles de mi pueblo

quisiera recorrerlas como en   sueños

para volver a ser el mandadero

y pedirle mi ñapa al bodeguero

Concepción Peralta o don Eusebio.

3

Cada bodega se especializaba en algún rubro. La bodega de don Eusebio siempre vendía “sorpresas”, pequeños envoltorios que contenían alguna bagatela o confites. La de don Toribio, un señor rechoncho de ojos azules, que se sentaba frente a su negocio en una silla reclinada contra la pared, tenía la estantería llena de aceites de todos los colores: de coco, de aguacate, de rosas, etc. Nunca supe  por qué don Toribio le puso a su bodega un nombre onomatopéyicamente acuático: “Chupulún”. Nuevamente Carlos versifica:

Era muy pintoresca otra bodega

llegar a ella era un gran alivio

pues vendía aceite e´coco y cafenol

se llamaba “Chupulún” con gran honor

y era su dueño el viejo don Toribio.

4

Otra cosa era la bodega de don Narciso: solo vendía leña y querosén. Su rostro no se inmutaba por nada, y decían que tenía libros misteriosos con cuyas lecturas dejó de creer en Dios. Se entraba a ese recinto en silencio y con mucha cautela.

5

Concho Peralta era un hombre trabajador. Además del expendio tenía un arrozal al cual aplicaba fuego   de tiempo en tiempo. La gente veía humo por alguno de los costados del cielo, y exclamaba:

¡Concho está preparando la tierra para sembrar! ¡Está quemando su “rosa”!

6

El negocio de Concho quedó grabado en mi mente como una bodega que vendía verduras.  En el mostrador, al lado del peso, estaban unas yucas, unas batatas y otros tubérculos; y en el techo colgaban unos topochos. Al entrar lo primero que resaltaba era un cuadro de “Yo vendía a crédito, yo vendía al contado”. El primer hombre está cariacontecido, flaco y demacrado; el segundo se ve contento, lozano  y pasado de kilos.

El hombre que vendió al contado se asociaba, no solo al éxito económico, sino también al bienestar físico. Era común escuchar en una conversación:

—Fulano de tal está gordo, tiene buena salud.

Hoy ya no se piensa así.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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