LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA
LIBRO DE EDGARDO MALASPINA.




LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA
2014

sábado, 14 de junio de 2025

WILLIAM PÉREZ Y EL TEATRO

 

MEMORIAS MERCEDENSES.

 

WILLIAM PÉREZ Y EL TEATRO.



Edgardo Rafael Malaspina Guerra.

 

1

Omar Morales me tendió la mano cuando decidí marcharme a Caracas—Así inicia William Pérez su relato sobre su incursión en el teatro. Eso sucedía en 1973. En la residencia caraqueña, además de Omar, se alojaban otros mercedenses como Edwin Malaspina, Manuel Ramírez y Juan Loaiza. El hostal que los acogía se ubicaba en San Agustín del Norte, parroquia llena de historia y atracciones turísticas, y cuyas calles siempre están colmadas de gentes de todos los estratos sociales. Cada quien en sus asuntos.

Su primer trabajo en la capital fue de empacador en los supermercados de la cadena CADA, donde se redondeaba una entrada mensual por encima del sueldo que obtenían sus coterráneos con empleos más formales.

2

Aquellos eran tiempos cuando los buses hacia Caracas no pasaban por Las Mercedes. El transporte se tomaba en Chaguaramas o en La Pascua. El punto de llegada era el Nuevo Circo. También se podía tener la suerte de conseguir una cola con un conocido.

Aquellos eran tiempos del bipartidismo y el auge petrolero.

Aquellos eran tiempos del servicio militar obligatorio. Por eso Omar fue reclutado, y William debió enrumbar sus pasos por otros senderos y con otras amistades.

3

Antes de marcharse a Caracas, William se movilizaba entre Las Mercedes y San Juan de los Morros. Hizo pasantías por los liceos de secundaria, tocó el cuatro, llevó serenatas, en las madrugadas frías del llano, ante el ventanal de alguna hermosa mercedense,  y cantó para conseguir  dinero y así poder colaborar con la economía familiar. Contribuir con los gastos de su hogar, ayudar a Bernardita, su abnegada  madre que desempeñaba los trabajos más duros y humildes, y apoyar  a sus hermanos lo hacían sentirse, con mucho orgullo, el hombre de la casa.

4

Con Eberto Jaramillo, también mercedense,  incursionó en el arte culinario. El restaurante donde atizaba los fogones de la gastronomía italiana se situaba en Sabana Grande. El nombre de ese local era “El bodegón de la pasta”. Este escribano recuerda haberlo visitado junto al amigo Emigdio Soublette.  Esa fonda, especializada en macarrones y espaguetis cocidos bajo el tratamiento de diferentes recetas, pertenecía a un argentino, quien generosamente les permitía pernoctar en su propiedad.

5

William recuerda vivamente Sábana Grande, la avenida Casanova y los concurridos locales con mesas y sillas fuera del recinto principal que le daban esa pátina de bohemia a la Caracas nocturna, emporio de intelectuales y artistas.

Allí estaba El gran café, fundado por Papillón, el gran aventurero francés que escribió un libro con sus recuerdos, llevados al cine. Era muy famoso en aquel tiempo. En su cafetín se servía el café en tazas y platillos de porcelana con su respectivo vaso de agua. Era cuestión de cumplir  un rito con  elegancia.

Cerca estaban otras fuentes de soda y cervecerías como El viñedo y La vesubiana.

Estos lugares, propicios para el esparcimiento y la charla cultural con una copa de vino, eran frecuentados por gente de la televisión, la radio y el teatro.

La palabra teatro le cayó muy bien a William, y más aún las personas que lo hacían realidad sobre las tablas, con su estilo de vida desprendido y el desparpajo de las sobremesas.

6

En 1978, William Pérez estaba estudiando en la Escuela Nacional de Teatro. Allí conoció el método de actuación de Stanislavski: el artista debe penetrar en la psicología del personaje que interpreta, sentir sus emociones, crearlo. Esa identificación debe ser plena, creíble.

William asimiló a la perfección ese método, por eso le fueron asignados importantes papeles a su tiempo como actor.

Por su puesto que en esa institución teatral estudió a otros rusos prominentes, creadores de piezas teatrales notables, como Antón Chéjov y su Gaviota; Ostrovski, quien prácticamente vivía en el famoso Mali Teatr de Moscú montando piezas, unas tras otra; el excéntrico Gógol y sus Almas muertas; Pushkin y su Dama de picas o La hija del capitán; Fonvizin, el gran dramaturgo ruso de la época de Catalina II, y muchos otros.

Recibió también lecciones sobre las obras de Shakespeare y su “ser o no ser”; Arthur Miller y Las brujas de Salem; Henrik Ibsen y la Casa de muñecas;  Jean-Paul Sartre y Las moscas.

Fue asimilando poco a poco y de manera consciente cada lectura sobre autores y sus obras para luego actuar con desenvoltura sobre las tablas.

7

William jugó papeles importantes en obras de teatro para niños. Laboró el Teatro de Arte Infantil y Juvenil (TAIJ), fundado por Rafael  Rodríguez  Salas, un caraqueño nacido en Guasdualito. Por esas casualidades ,que el doctor Gustav Jung llama sincronicidad, tanto Rafael como William se iniciaron en el teatro barriendo el escenario.

 

Participa en “La inimaginable imaginación”, La loca ciudad, Tu país está feliz y El espejo de los muertos. Todas, obras de Rafael Rodríguez.

También formó parte del elenco teatral de “El dragón”, del dramaturgo soviético Eugeni Shvarts. Esta es una fábula de corte político para criticar el autoritarismo que se imponía en la URSS con Stalin al frente del gobierno.

La inimaginable imaginación se transmitió por RCTV en 1982 y alcanzó trece capítulos. Los personajes de esta pieza teatral son inolvidables para William. Recuerda con una sonrisa a Glu Glú , el perro parlanchín,  Laura, Orejón y a Gatica, entre otros personajes ficticios.

8

William conoció de cerca  a los integrantes  de la llamada  Santísima Trinidad del teatro venezolano; es decir, al trío de grandes dramaturgos que impulsaron el arte de los escenarios: Isaac Chocrón ,  Román Chalbaud y José Ignacio Cabrujas.

Chocrón era el más elitesco, aunque con los actores se mostraba sencillo y tratable.

Chalbaud, de baja estatura, gordito, era cortés. Sus temas provenían del mundo marginal, de los cerros, los burdeles y las intrigas callejeras. William lo caracteriza como excelente persona y muy servicial.

Cabrujas era otra cosa. Siempre andaba pensativo, como fraguando sus piezas teatrales mientras hablaba. Llamaba a William, cariñosamente, “Catire” y lo enviaba a comprar cigarrillos, los cuales olvidaba en algún lugar del teatro. Cuando William hacía el mantenimiento, encontraba las cajetillas de Astor Rojo, la marca preferida de Cabrujas, y se las guardaba.

9

William Pérez tuvo dos grandes etapas en su vida: el canto y el teatro. Cuando conoció a este último arte, el de las tablas, se convirtió en su pasión máxima, hasta el punto de haber logrado representar papeles protagónicos.

Ahora tiene otros proyectos vitales en mente: escribir historias de personajes de Las Mercedes del Llano y retomar el micrófono.

Todo a su  tiempo, como dice el Eclesiastés.

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