RUMBO AL ORINOCO
Edgardo Malaspina
Es tediosa la noche, larga ; y el calor hace difícil conciliar el
sueño. Una casa muy pequeña, de las
llamadas rurales, con sus paredes candentes, nos sirve de abrigo. Las puertas y ventanas están muy bien
cerradas para evitar que se cuelen los mosquitos. Eran bastante y su molestia, mayor. Antes de emprender el viaje, Pajarito , con
su hablar convulsionado y apresurado ,nos había prevenido:
-Andan en nubes negras y si se lanza una
manotada al aire se puede asir un montón de esos fastidiosos voladores con el
puño apretado-.
Una
vela de sebo, con su luz chirriante e indecisa, alumbra tenuemente la estancia
con grandes focos de claroscuros y penumbras móviles.
Las
sombras de la noche y el fuego propician la meditación y la conversación filosófica,
interrumpida sólo por el ruido de los ratones y el crujir de las alcayatas de
los chinchorros.
El
maestro del caserío nos habló de los problemas de la escuelita. Los pobladores no entendían su importancia y
necesidad, no obligaban a los niños a asistir a las clases y en muchas
ocasiones los retiraban para emplearlos en faenas duras. Nos refirió que se la pasaba pleiteando con
los vecinos que tenían la costumbre de utilizar los salones de la escuela, por
las noches, para ubicar sus cochinos, buscando protegerlos de las picaduras de
los zancudos.
El
maestro dio un giro en la conversación y comenzó hablar de libros, de su
biblioteca, del significado de la vida, de su origen, etc. Explicó que no había diferencia entre
creación y evolución.
- Creo en Dios y luego acepto a
Darwin – dijo para rematar su exposición.
Alí José se refirió
a las últimas teorías cosmológicas, al Big Bang, al alejamiento constante de las galaxias. Luego habló de Friedman, de Hawking, de los
agujeros negros, del calor de las estrellas y su importancia para medir las
distancias.
- Coño, ¡que calor hace! – pensé.
- Dentro de varios millones de
años el universo colapsará al producirse una nueva explosión – terminó diciendo
Alí José.
Yo, simplemente dije que era trágico pensar que todo se acabaría algún
día. Es sombrío ese futuro cuando
imaginamos que todo lo bueno que ha producido el hombre se perderá
irremediablemente.
- Seguramente eso explica el afán
de las grandes potencias de explorar otros mundos. No quieren que algún día una bola candente
los reviente por eso desde ya estudian y planifican un viaje para el carajo, lejos, dije.
Salimos a la
calle. Por largo tiempo y en silencio
estuvimos contemplando el firmamento.
Regresamos a
nuestros chinchorros y seguimos conversando de todo un poco; luego la tertulia
se fue haciendo lenta, pesada, hasta que un ronquido nos hizo comprender que
era suficiente por esa noche.
La ventisca
arrastraba la arena y golpeaba, silbando en las paredes de nuestra casa
provisional. Los perros no cesaban de
ladrar y lo hacían con más vigor cuando un burro o un cochino atravesaba al
galope las callejuelas. El ruido del
motor de una lancha precedía a un tiro de escopeta; el eco se esparcía y
retumbaba en espacio negro del silencio.
Bajo la luna grande
el médano descansaba plácidamente.
En octubre el
Orinoco aún está bastante crecido y con sus afluentes, el Caujarito, Guariquito
y Aguaro, cubre las playas de los médanos por todos los lados, convirtiéndolos
en verdaderas islas. Entonces las
queseras no son más que horcones tímidamente asomando sus techos de palma, como
barcos encallados ; y los caseríos parecen archipiélagos de cúpulas. Las aguas sacan a los pobladores de las
costas y riberas. Familias enteras
llegan desde Garcitas y otros médanos al de Gómez, para pasar la temporada.
Son tiempos muy difíciles porque la principal
fuente de alimentos y de intercambio comercial es la pesca , y ahora la
creciente casi no la permite sino como actividad menor para el diario
mediocomer. En pequeñas curiaras los
pescadores se internan en los bancos de sabanas inundados y regresan más tarde con
sus escuálidos botines para encender las fogatas a la orilla del río. La manteca cruje en las sartenes, alrededor
de las cuales se concentran los niños
macilentos.
Parecen disfrutar del espectáculo de
las llamas; pero en realidad es el hambre que les hace permanecer entre los
hilos de humo. Hombres, mujeres y niños,
palmeras, arreboles, río y fogata hacen una composición espectral, una escena
ritual lúgubre.
Así son casi todos los atardeceres del
médano.
Con el alejamiento
de la estación lluviosa las aguas empiezan a retirarse. El río se encoge hacia el centro, permitiendo
la aparición de las vegas. Las tierras feraces de las costas son aprovechadas
para la siembra de algodón. Alí José
establece un paralelo con la civilización egipcia:
- Así vivió el hombre del Nilo,
dice.
La vida de los
médanos es apacible y aburrida.Los hombres se levantan con el sol y luego se
dirigen al río. Con el cuerpo semidesnudo
y con los pies descalzos o en alpargatas observan, con tristeza y pereza , el
movimiento rítmico de las aguas.
Después parten a
pescar, a cazar patos o guacharacas, o arrancarle algunos tubérculos y otras
raíces comestibles a la orilla del río. Al
medio día reposarán en sus chinchorros y en la tarde con sus vientos frescos,
se pasearán por la arena abundante de las calles, beberán unas cervezas y
escucharán y bailarán joropos con un radiecito de baterías.
Estábamos en los
médanos invitados por Magdalena Rivas, hombre culto y terrateniente de la zona
denominada Gómez. La curiosidad
investigativa nos llevaba a uno de los médanos antiguamente habitado por los
indígenas.
Al llegar a Médanos
de Gómez, Magdaleno nos sugirió pasar al chalet de su propiedad. Llamó a su mujer – una de sus tantas – y le
pidió que preparara el almuerzo.
- Algunos piensan que uno tiene
varias mujeres por tenerlas – dijo Magdaleno sentándose en un sillón y agregó:-
y en realidad uno lo hace por necesidad y más aún por comodidad. Mientras tanto la obediente mujer le quitaba
las botas.
Almorzamos
abundantemente con arroz aguado con guineo, pato salvaje frito, frijoles
amanecidos, yuca, queso blanco llanero, pavones bien tostados y arepa.
Antes
de navegar para Médanos de Indios, objetivo principal de nuestro viaje, dimos
una consulta médica al aire libre, debajo de los árboles. El maestro hizo las veces de enfermero
mientras yo examinaba a los pacientes que se arremolinaban alrededor del
improvisado consultorio. Algunos trajeron
unos taburetes y se sentaron haciéndonos un círculo. Los niños parecían los que más
disfrutaban. Recordé los cines
ambulantes que pasaban por mi pueblo en carpas.
Fue
una sesión conjunta, una especie de terapia de grupo porque los diagnósticos
eran bien comentados y murmurados.
La
estadía en los Médanos de Indios fue breve y cuando partimos hacia Cabruta en
la madrugada, la luna llena, detrás de la enramada, parecía guiarnos con su
resplandor.
Nuestra
curiara navegaba apaciblemente sobre la calma de las aguas. Estaba impresionado por lo que había visto en
los Médanos de Indios: las tinajas grandes conteniendo esqueletos y que
hablaban de una forma peculiar de enterrar a los difuntos, las estatuillas y otros
muchos objetos de cerámica, las monedas de hueso con un orificio en el centro,
etc. Todo esto, en un estado de completo
abandono era indicio de cierto desarrollo artístico, del florecimiento de una
cultura indígena más o menos importante en la zona. Así se lo dije a mis compañeros de viaje.
En general, tengo
entendido, nuestros indios tenían una cultura igual o tal vez superior a la
española, - empezó a comentar Magdaleno y prosiguió:- Fueron excelentes
agricultores, porque la agricultura era algo sagrado, ritual. Construían terrazas para evitar la erosión de
los terrenos y canales para irrigar los sembrados. Un colombiano publicó un libro donde dice que
si no fuera por la papa la civilización europea hubiera desaparecido con tantas
guerras y hambrunas. ¡la papa es un legado de nuestros indios!, remató
Magdaleno .
El aluvión de las
aguas arrastra todo lo que encuentra a su paso.
Desde nuestra curiara divisamos árboles navegantes, troncos y cadáveres
de vacas flotantes. Me llamó poderosamente
la atención un perro nadando desesperadamente en medio del río, buscando algo
donde apoyarse sin encontrarlo.
-Es una manera de
deshacerse de los perros indeseables por estos lados, explica Magdaleno.
Pienso que todo esto
es un crimen horrendo. No recuerdo que
escritor ruso dijo que los animales eran nuestros hermanos menores y por eso
había que protegerlos, amarlos.
- Los mayas fueron
grandes científicos – dice el maestro y continúa – inventaron el cero, su
sistema de numeración era superior al de los europeos, su año tenía también 365
días. El sistema métrico era vigesimal,
es decir, con base en el número veinte, conocían el cambio del tiempo según el
recorrido de la luz que entrara por las puertas; teniendo como fundamente todo
este arsenal matemático y astronómico levantaron monumentos arquitectónicos
como los de Tikal…
Si, tenían nuestros
indios una cultura muy desarrollada antes de la llegada de los españoles. Allí están Machupicchu, Chichén, Itzá y Uxmal
con sus fantásticas pirámides; y no hablemos de Copán, en Honduras, la ciudad
de las maravillas, del conocimiento, de la sabiduría. Era una especie de ciudad universitaria-
terminó emocionadamente el maestro.
Nuestra navegación
hasta los momentos es de cabotaje, para evitar grandes peligros. La curiara se desplaza como entre los canales
de los pequeños ríos que nutren al Orinoco.
Matorrales, cujíes e islotes de sabana son el camino, la ruta de los
viajeros acuáticos. Así vamos,
sumergidos en nuestros pensamientos cuando hay altos en la conversación hasta
que abruptamente aparece ante nuestros ojos una gran masa de agua, infinita,
avasallante. Es el Orinoco imponente.
El agua penetra en
la curiara, refrescando nuestros cuerpos.
Los rayos solares ofuscan la visibilidad.
-Es cierto, maestro
- empieza Alí José – los incas, por ejemplo, fueron excelentes matemáticos,
idearon un sistema de contabilidad con cuerdas anudadas y coloreadas y que es conocido como el quipu. Pero quiero referirme – continuó Alí José – a
las grandes ciudades indígenas como Tenochtitlán de los aztecas y el Cuzco de
los incas; las ciudades contemporáneas de la España de aquella época eran poca cosa comparadas
con las nuestras. Hernán Cortés quedó
maravillado al ver las grandes plazas de las ciudades mexicanas y decía que ni
la de Salamanca le daba por las patas. La religión cristiana, sus fanáticos, la
inquisición, el hijo de puta de Torquemada y sus hogueras se encargaron de
destruir los códices, los documentos que
hablaban del gran avance de la ciencia, del desarrollo cultural, del progreso
social de nuestros indígenas. No se por
qué coño quieren que celebremos cada año la llegada de esos bárbaros. ¿Por qué carajo no celebran los españoles la
llegada de los árabes a su territorio? Terminó con tono enfático e iracundo Alí
José.
Nuestra embarcación
es golpeada fuertemente por las olas que parecen muy furiosas. El vaivén es constante y hay necesidad de
alejarse de la costa para evitar los ataques frontales de la turbulencia con su
consecuente expulsión del cauce de nuestra pequeña embarcación. Magdaleno dice que es algo natural porque a
las diez de la mañana el Orinoco se pone bravo.
Eso pasa todos los días.
Yo hablé sobre los avances médicos
que habían logrado los indios a la llegada de los españoles, de la existencia de
herbolarios donde se cultivaban plantas medicinales. Recordé que los aztecas
tenían tiendas que eran expendios de medicamentos. Los indígenas de los andes dominaban a la
perfección la trepanación y utilizaban las hojas de la coca masticada sobre el
campo operatorio en calidad de anestesia, muy primitiva pero efectiva; para
suturar colocaban las tenazas de hormigas grandes o bachacos de tal manera que
quedaran unidos los bordes de la herida y luego quitaban la parte sobrante del
insecto que además segregaba sustancias antisépticas. Los indios conocían la quina – continué – la
ipecacuana, el curare, utilizados hoy en día ampliamente en la medicina
occidental o han servido de fundamento para realizar estudios en farmacología
moderna. Los incas colocaban perlas en
los dientes para curar las caries y utilizaban los hongos que crecen sobre las
papas para hacer jarabes curativos. En
Europa se vino a saber sobre las propiedades curativas de los hongos sólo
después del descubrimiento de la acción antibiótica del Penicillum notatum.
Terminé mi
exposición cuando estábamos llegando al puerto de Cabruta. Muchas embarcaciones se encontraban amarradas
en el muelle. Algunas personas esperaban
en la orilla. Las tiendas aún estaban
cerradas. Unos vendedores de empanadas,
en bicicletas, proponían sus mercancías vociferando:
¡Están calenticas!
En un rincón
apartado estaban unos indios con unos aperos primitivos de caza y de
pesca. Tenían por toda vestimenta unos
taparrabos diminutos. Más allá uno de
ellos tomaba un trago empinándose una botella de ron. Otro dormitaba tranquilamente sobre unos
cartones en el suelo. Sus niños,
ofreciendo a los pocos transeúntes indiferentes, collares de semillas
coloreadas, dientes de animales, figurillas de azabache y otras bagaletas,
tenían rostros melancólicos. “Esa
tristeza, esa depresión, ese razonar sin esperanzas que a veces nos aturde
tiene motivos nostálgicos, ancestrales”, me dije.
Nos dirigimos al
carro que nos esperaba. Sentí un
pinchazo en las sienes. Un sentimiento
de lástima y arrechera me invadió y dije a mis compañeros:
-¡Carajo, cómo se ha
degradado nuestra gran cultura!
Nubes gruesas y
negras cruzaban el Orinoco. Garzas y
pelícanos rasaban, en sus vuelos intermitentes, sus aguas ondulantes.
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