LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA
LIBRO DE EDGARDO MALASPINA.




LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA
2014

domingo, 17 de mayo de 2015

NATURALEZA MUERTA. RELATO DEDICADO A LOS GALLEROS DE LAS MERCEDES DEL LLANO


NATURALEZA MUERTA













Edgardo Malaspina
1

    Cuando hablan de riñas de gallos se me hace  agua la boca.

      Nací y crecí en un pueblo de galleros, quienes solían reunirse por las tardes, bajo los árboles, para contarse historias de famosas peleas. Los cuentos casi siempre eran los mismos; pero en cada ocasión los adornaban con detalles que no se habían mencionado la vez anterior. Es por eso que en la penumbra de mis recuerdos flotan algunos de esos relatos, como las plumas sueltas de los zambos, giros, cenizos y gallinos, junto a las vivencias propias; ya que mi padre me llevaba frecuentemente a la gallera para que le cuidara sus ejemplares de algún grano de maíz envenenado.

-Una vez presencié una pelea entre un jabado y un giro- empezó Rubencio con voz pausada, y continuó:-El giro era una ametralladora  pin, pin pin, pan,pan,pan...

Pudo seguir  indefinidamente con su narración onomatopéyica, pero alguien lo detuvo.

-Es que quiero relatarles la pelea con todos los detalles-se defendió Rubencio y agregó:

-           Bueno , el jabado se la pasaba  volando, barajándose y lanzando picotazos, sin casi usar las espuelas; y en una de esas le pateó los ojos al giro y lo dejó ciego picoteándo el aire, luego lo remató con una ráfaga de machete y lo tumbó. Quedó dando saltos en la arena...lo bueno vino después cuando el jabado alzó el vuelo con el giro en las patas. Se lo llevó hasta el caballete de la gallera y allí empezó a comerle los sesos. Más tarde supe que ese bicho era un cruzado de gavilán con gallina.

  Los presentes pusieron caras incrédulas y sonrieron.

-Yo jugué un pollo que llamaban Patepalo porque daba durísimo con las patas sin usar las espuelas-intervino don Miche ,un viejo gallero ,y continuó:

-Mi gallo se desmayó a los cinco minutos sin tener una herida. En las galleras hay mucha marramuncia. En la casa cuando lo registré tenía una aguja clavada que le había destrozado  “los higados” . Después supe que el de la vaina era un vagabundo del barrio La Rochela; y es que mi pollo no podía perder ese día porque lo tenía cuadrado con la luna que estaba finita en ese entonces. Por cierto, esa luna es buena también para buscar mujeres, están mansitas...

-Mejor gallo que Robledal jamás ha existido por estos lados. Las pelas más emocionantes que he visto son las de él; y me acuerdo clarito también de su última pelea, la que perdió- dijo Pacheco.
2
      Pacheco era el dueño de la única gallera del pueblo. De baja estatura, tez amarilla y calvicie prominente, había dedicado toda su vida al asunto de los gallos, como él mismo decía.
  Para ese hombre los gallos lo eran todo: arte sublime, distracción sin parangón, negocio prospero, manera decente de ganarse el pan. En las tertulias con los amigos y en cada esquina del poblado Pacheco sólo hablaba de gallos. Se deleitaba narrando viejos combates, gesticulando mucho y con emoción que reflejaba su rostro. Las vivas muecas indicaban el supuesto dolor acusado por los animales de la lidia en cuestión. Siempre se le escuchaba con atención porque era una verdadera autoridad en la materia: vivía entre gallos, dormía y soñaba con ellos. Al levantarse en la mañana se golpeaba los costados  con ambas manos, imitando el aleteo de las aves, luego emitía un sonido gutural semejante al familiar quiquiriquí que llenaba la atmósfera de sus aposentos todo el tiempo.

3
    Robledal era un gallo zambo, perteneciente a mi padre y de origen español. Con su plumaje rojo brillante, muslos fuertes ,que parecían fibras rígidas, y su gran estatura tenía una estampa imponente. Sus espuelas largas y filosas le habían dado la victoria en diecisiete oportunidades. Un ojo tuerto lo delataba con un veterano de siete plazas, según la jerga gallística. Un domingo salió al ruedo en tres oportunidades con un saldo de dos muertos y el último contrincante huyendo.
  Recuerdo claramente cuando le quitó el invicto a  La Novia, un gallo blanco considerado el mejor de la cuerda de Porfirio, un gallero muy respetado.

-¡ Levántalo pa`que le cojas cría- le gritaban desde la barrera.

Y en efecto, Porfirio se paró en medio de la arena, tomó su gallo, y poniendo rostro de amargura le gritó al público:

-Yo no le cojo cría a culeco- y sacudió su gallo ensangrentado contra las palmas entretejidas de la barrera.


    La fama de Robledal se había extendido por toda la región. Era el terror de las cuerdas de los galleros más importantes. En los grandes torneos y desafíos se le temía, se le envidiaba.- Si no fuera por ese gallo, esa cuerda no valdría un centavo- dijo una vez alguien con ironía. Y ahora pienso que el comentario era cierto.

  El domingo cuando perdió Robledal nos levantamos más temprano que de costumbre. Todavía oscura la mañana empezó el movimiento en la casa. Descolgamos los chinchorros mientras mi madre preparaba el desayuno y colaba el café. Al rato el cielo estaba despejado y radiante, por eso pensé que era un buen augurio .Cierto razonamiento supersticioso lo heredé de mi abuela, quien al levantarse observaba el desplazamiento caprichoso de las nubes y el abanico prismático de la luz solar para predecir los acontecimientos del día. Una vez le oí decir:
-Hoy se muere un rico porque el cielo tiene una hoja de palma dibujada.

  Afuera soplaba el viento, suave y fresco .La calle estaba llena de mucha basura .Las  latas vacías de cerveza tejían sobre el suelo una gran alfombra de mosaicos irregulares. Obvio: el modus vivendi del reciclaje aún no había hecho su aparición.

   Como todos los sábados la gente se había divertido hasta el amanecer. Algunos hombres, bajo las acacias de la avenida, seguían, con trago y humo de cigarrillos, la parranda. Otros esperaban el periódico en la librería , y los más se dirigían a la gallera. Las campanas repicaban. Varias mujeres marchaban a la misa.

  A lo lejos retumbaban los cohetes y juegos artificiales y eso significaba que Pacheco estaba haciendo los preparativos para el desafío.
4
  Mi padre, luego de tomar café, enrumbó sus pasos hacia el patio de la casa, en cuyo fondo, en un cuarto pequeño y húmedo de aspecto abandonado y poca iluminación se encontraba su cuerda de gallos: varios ejemplares, algunos en sus respectivas jaulas y otros amarrados con cabuyas por una pata a estacas clavadas en el piso de tierra. Los miró uno por uno, luego extrajo de su jaula a Robledal. Lo hizo con la delicadeza y destreza de los galleros veteranos. Le acarició el plumaje rojizo y asiéndolo por la pechuga, con su mano izquierda, se dio a la tarea de limpiarlo con una esponja, la cual de en vez en cuando exprimía y enchumbaba en una ponchera con agua.

-No todo el mundo sabe tener un gallo- dijo mientras realizaba su faena distraídamente. Luego, con gesto ligero alzo suavemente al gallo y lo lanzó al vacío. El animal revoleteó, demostrando agilidad y energía en su rápida y, aparentemente, calculada caída. Hizo finta a la vera de un níspero, posando elegantemente sus patas sobre la tierra. Retozó unos instantes e irguió su pecho cobrizo antes de emitir un canto, un grito de guerra.

-Está hasta la boca - dijo mi padre, refiriéndose al buen estado de salud de su gallo.
5
    Desde hace rato en la gallera habían comenzado los combates. Un señor, muy delgado y de grandes bigotes y que normalmente trabajaba desyerbando los solares del pueblo, revisaba las entradas con un rolo de madera en la mano. Ese instrumento y la gorra ligeramente ladeada, significaban que ese domingo se ganaba el pan haciendo las veces de policía.

  Los hombres se agolpaba en el vestíbulo de la gallera . Hablaban e indagaban sobre las peleas concluidas. Alababan al gallo de Augusto que había ganado la última pelea de manera espectacular ; y vaticinaban los posibles encuentros y sus probables desenlaces. Desde un mostrador expendían cervezas y empanadas. Detrás del mostrador un radio-picó tocaba canciones rancheras.

      Además de hombres, en la gallera también había mujeres. Algunas, amas de casas que acompañan a sus maridos para gritar emocionadamente junto a ellos en medio de la baraúnda de la riña y aupar a sus favoritos. Otras, venidas de los bajos fondos, putas soñolientas por la faena anterior y que , cerveza en mano, apuestan y se intercambian palabrotas con los hombres para dirimir alguna diferencia  surgida al calor de algún  fiero combate .

      A Robledal lo estaban pesando en una funda con su posible contendor. El fiel de la balanza estuvo columpiándose uno segundos y luego se detuvo, justamente en el centro.

-¡Oro¡ - gritaron muchas voces, y eso significaba que por lo menos por razones de peso la pelea no se iba a detener.

          El opositor resultó ser un giro con una placa metálica debajo de una de las alas, lo que demostraba su procedencia de alta alcurnia gallística.
  El público se había dividido en dos grupos para  observar cómo eran preparados los gallos. Circulaban dos listas diferentes para las apuestas. Se libaba cerveza enfriada con hielo para contrarrestar el calor o tal vez para disipar la atmósfera caldeada que se había instalado ante el más importante de los retos de ese domingo.
  Para igualar las medidas de las espuelas, a Robledal, al igual que a su contendor, le estaban colocando unas artificiales. El Sordo Ignacio montaba unas espuelas de carey a nuestro gallo, pero le temblaban las manos y esto nos sembró cierta desconfianza.

-           No me gusta que le hayan quitado sus espuelas naturales a Robledal-alguien comentó.
6
      Repentinamente, en medio de la calma, se escucharon unos gritos y muchos empezaron a correr hacia el patio de la gallera, arremolinándose en el centro.

-¿Qué pasó?- indagaban los pocos que se habían quedado en el redondel.

-Que Augusto le estaba echando orina  a su gallo para desinfectarlo y el animal estaba todavía bravo y le picó la pinga.  Augusto se arrechó y le torció el pescuezo- dijo alguien desde el patio.

-¡Carajo, tan bueno que era el gallo!- era el comentario general.

             Orange, el juez de gallos, empezó a sonar la campanilla.

-¡Fuera e´gallera, fuera e´gallera, no joda!- vociferaba el juez, pero ni se movían. Nadie le hacía caso. Entonces se colocó en el centro del ruedo y comenzó a bajar una jaula con dos compartimientos y la llevó hasta al suelo . Empujó suavemente a los aficionados y les pidió que abandonaran la arena para dar comienzo a la pelea.
  Antes de colocar los gallos en sus respectivos cubículos los limpió y les revisó el plumaje. Luego clavó las espuelas de ambas aves en un limón. Verificó el reloj y se lo mostró a los presentes. Sacó a Robledal y, sosteniéndolo en sus manos, pidió que levantaran la jaula. Al quedar el giro libre colocó a Robledal  de manera tal que pudiera ver a su contrincante.
7
Los gallos se fueron acercando uno al otro, movieron sus pescuezos como buscando cualquier posibilidad de poder clavar sus picos; luego alzaron sus patas y un golpe seco se dejó escuchar. La pelea había comenzado y con ella un gran alboroto que estremecía la gallera y sus contornos

  Inmediatamente después de acusar el castigo, por lo visto, el giro inició una carrera circular perseguido por Robledal
-Mi gallo es jugador- gritó, seguramente, uno de los fanáticos del ejemplar que corría adelante.

-Yo he visto más de un cabestro con placa- dijo Jaramillo, un hombre de aspecto famélico, ropas anchas y sombrero de cogollo que desde la parte más alta de las galerías, con voz chillona, narraba el combate. Comentaba las incidencias del mismo con una retahíla de refranes y observaciones irónicas y hasta picantes.

   Las voces se confundían y las apuestas se cruzaban de un extremo a otro de la barrera.

-Pago doce y voy al zambo- gritó un hombre obeso, sorbiendo cerveza espumosa de una totuma.

-Pago- gritó otro, agitando su sombrero en el aire.
-Con tiradores de cují no la llevo- respondió el gordo.

  El giro continuaba con su carrera circunferencial, mientras Robledal lo perseguía, castigándolo por la cola.

-Por el rabo no muere nadie-dijo Jaramillo.

-Lo dirás por experiencia- le respondió un coro de voces seguidos de carcajadas.

Algunos alzaban sus puños apretándolos, como queriendo reforzar con sus dedos  el batallar de su gallo preferido. El giro esporádicamente se volvía y disparaba sus patas, desconcertando a Robledal; entonces la algarabía y la emoción alcanzaban su máxima expresión.

 Unos hombres, bajo el efecto de la gran tensión de las hostilidades y los tragos de cerveza, incursionaban de en vez en cuando a la arena, lanzando vítores y agitando sus sombreros. El juez llamaba al orden haciendo sonar la campanilla.

  Robledal se mostraba cansado y empezaba a sangrar  profusamente por una herida en el cuello.
-Tiene un chorro y no es de agua-comentó Jaramillo.

Ahora el giro se detiene y dirige el ataque. Está crecido ante su adversario que apenas alza las patas para golpear sin fuerza.

-           Le dan de comer en una botella- se escuchó nuevamente la voz cínica  y estridente de Jaramillo, quien agarraba aire para colocar más tabaco en su boca .
8
Se produjo una ovación ensordecedora, una gritería. Daba la impresión de no caber una voz más. Los hombres se atropellaban, se empujaban unos a otros sobre la arena.
 Robledal, mortalmente herido daba saltos en el aire. Luego de unas breves convulsiones contrajo fuertemente sus muslos. El combate había terminado.

9
   Mi padre cruzó las calles con pasos cansados hasta llegar a la casa. Ya en el corredor colocó sobre la mesa a Robledal.

El gallo estaba exánime, pálida la piel y ensangrentado el plumaje. El pico hacia arriba, las alas abiertas y las patas extendidas le daban una pose de crucifixión.
  Sobre la mesa, además del gallo, estaban algunos vasos, la tinaja del agua, un racimo de plátanos y unos limones. No pude evitar las comparaciones; pues todas esas cosas encajaban armónicamente como una composición pictórica de naturaleza muerta. Naturaleza muerta con gallo.
10
 Antes de irse a su chinchorro mi padre se dirigió a mi madre:

-Prepáralo esta noche en empanadas.
Casi todos los gallos de mi padre tenían un fin culinario. Pero nunca pensé que Robledal, airoso en tantos combates, tendría también como destino una olla. Sic transit gloria mundi.

  Cuando hablan de riñas de gallos se me hace agua la boca.


 






















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