LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO: MÁS DE UN SIGLO DE HISTORIA
LIBRO DE EDGARDO MALASPINA.




LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA

LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA
2014

lunes, 17 de noviembre de 2025

EL DÍA DE LA ALIMENTACIÓN.

 

LAS MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA.

EL DÍA DE LA ALIMENTACIÓN.

Edgardo Rafael Malaspina Guerra.







1

Unas de las fiestas escolares que mejor recuerdo por sus gratos momentos es la del Día de la Alimentación.  Eso sucedía cada 18 de noviembre porque en esa fecha en 1951 se creó  el Instituto Nacional de Nutrición.

Era un momento especial en nuestra escuela mercedense “Monseñor Rodríguez Álvarez”, uno de esos días que esperábamos con ansias. Las semanas previas se llenaban de entusiasmo y preparativos. En cada rincón del salón se hablaba sobre los alimentos, la dieta balanceada y la importancia de comer bien. La cartelera hacía referencia especial al mismo tema. Recuerdo que las maestras organizaban conferencias donde nos enseñaban sobre los distintos grupos de alimentos, desde las proteínas hasta las vitaminas. Se discutía sobre los beneficios de cada tipo de alimento y cómo estos aportan a nuestra salud y bienestar. Las charlas eran dinámicas; algunas veces incluían actividades que hacían que todos participáramos activamente en la conversación.

2

Llegó el día. Nos agolpamos, como siempre en la acera, frente a la institución y bajo la sombra de la gran ceiba que aún resiste los azotes de la intemperie y del tiempo. Todos los estudiantes de aquella lejana escuela de primaria  estábamos muy alegres, sonrientes y  cargados de sueños, pero también de platos, cada uno más colorido y apetitoso que otro. Había carnes de res jugosas, trozos de cerdo bien sazonados, pollos dorados y crujientes; pero eso no era todo. El espectro de la comida se extendía hacia ensaladas frescas llenas de vegetales vibrantes, frutas cortadas que ofrecían una paleta de colores, tizanas y tortas  que hacían agua la boca. La variedad era impresionante y reflejaba la creatividad de cada compañero al preparar su platillo.

En una ocasión un  compañero trajo dulce de auyama; y yo me  asombré al enterarme de que de esa verdura podían hacerse dulces y jugos. Pensaba que la auyama era para los sancochos y para comer con queso nada más.

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Se abrió el portón y avanzamos hasta el patio para conformar las filas de las secciones y continuar hasta  los salones, frente a los   corredores de cerámica roja que daban a un patio de almendrones que eran nuestra delicia en los recreos, además de  los arbustos de uvas de playa que crecían en los perímetros cercados de la escuela.

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Las maestras nos pedían que trabajáramos todos para transformar el salón en comedor. Los pupitres los colocábamos hacia las paredes, de tal manera que quedara un espacio para la mesa comunitaria, cubierta con un mantel colorido y decoraciones que reflejaban el espíritu festivo del día. A medida que cada estudiante colocaba su plato, se sentía una atmósfera de camaradería. El intercambio era parte fundamental de esa celebración; todos querían probar lo que sus amigos habían traído. Así, el día se volvía una experiencia culinaria compartida. Las risas resonaban mientras se servían y se ofrecían platos de mano en mano. La amistad se alimentaba no solo de la comida, sino también del buen ánimo que reinaba en el aire.

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Las maestras tenían un papel muy activo durante este día; ellas supervisaban el evento y aseguraban que todo se desarrollara de manera organizada. Recuerdo que las docentes elegían a un par de estudiantes para  llevar bandejas repletas de comida de un salón a otro.

Esta celebración  fortalecía el sentido de comunidad, no solo entre los estudiantes, sino también entre todos los miembros de la escuela.

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Al final de la jornada, cuando los platos comenzaban a vaciarse y el sol se ponía en el horizonte, llegaba el momento de llevar a casa esos sabores tan ricos. Cada estudiante se marchaba con una generosa ración para sus padres y hermanos, una manera de compartir la alegría del día con sus seres queridos. Era un gesto hermoso que trascendía la jornada escolar y se abría al hogar, dando continuidad a la celebración. Los rostros de mis compañeros reflejaban la satisfacción de haber disfrutado de una experiencia única, llena de comidas ricas y la calidez de la compañía.

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El Día de la Alimentación no solo era una fiesta de manjares, sino también una celebración de la amistad, la diversidad y la importancia de la comida en nuestras vidas. Esa conexión, esa unión, era lo que realmente hacían de esos momentos un recuerdo imborrable. Con el tiempo, he guardado esos recuerdos en un lugar especial de mi mente, evocando que, a través de la comida, podemos encontrar un lenguaje universal que nos une a todos.

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En ese sentido, y continuando con lo arriba dicho, ese  homenaje al pan, en el sentido más metafórico y  religioso del término, lo asocio a las oraciones de agradecimiento que pronunciaba la maestra Dalila antes de ingerir los alimentos en la fiesta, y a unas palabras que me dijo doña Estela de Velásquez  una  vez  que conversábamos sobre esos banquetes:

—La comida compartida con familiares y amigos es un acto muy sagrado.

 

 

 

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