LAS
MERCEDES DEL LLANO Y SU HISTORIA.
EL
DÍA DE LA ALIMENTACIÓN.
Edgardo
Rafael Malaspina Guerra.
1
Unas
de las fiestas escolares que mejor recuerdo por sus gratos momentos es la del
Día de la Alimentación. Eso sucedía cada
18 de noviembre porque en esa fecha en 1951 se creó el Instituto Nacional de Nutrición.
Era
un momento especial en nuestra escuela mercedense “Monseñor Rodríguez Álvarez”,
uno de esos días que esperábamos con ansias. Las semanas previas se llenaban de
entusiasmo y preparativos. En cada rincón del salón se hablaba sobre los
alimentos, la dieta balanceada y la importancia de comer bien. La cartelera hacía
referencia especial al mismo tema. Recuerdo que las maestras organizaban
conferencias donde nos enseñaban sobre los distintos grupos de alimentos, desde
las proteínas hasta las vitaminas. Se discutía sobre los beneficios de cada
tipo de alimento y cómo estos aportan a nuestra salud y bienestar. Las charlas
eran dinámicas; algunas veces incluían actividades que hacían que todos
participáramos activamente en la conversación.
2
Llegó
el día. Nos agolpamos, como siempre en la acera, frente a la institución y bajo
la sombra de la gran ceiba que aún resiste los azotes de la intemperie y del
tiempo. Todos los estudiantes de aquella lejana escuela de primaria estábamos muy alegres, sonrientes y cargados de sueños, pero también de platos,
cada uno más colorido y apetitoso que otro. Había carnes de res jugosas, trozos
de cerdo bien sazonados, pollos dorados y crujientes; pero eso no era todo. El
espectro de la comida se extendía hacia ensaladas frescas llenas de vegetales
vibrantes, frutas cortadas que ofrecían una paleta de colores, tizanas y tortas
que hacían agua la boca. La variedad era
impresionante y reflejaba la creatividad de cada compañero al preparar su
platillo.
En
una ocasión un compañero trajo dulce de
auyama; y yo me asombré al enterarme de que de esa verdura podían hacerse dulces y jugos. Pensaba que la auyama era para
los sancochos y para comer con queso nada más.
3
Se
abrió el portón y avanzamos hasta el patio para conformar las filas de las
secciones y continuar hasta los salones,
frente a los corredores de cerámica
roja que daban a un patio de almendrones que eran nuestra delicia en los
recreos, además de los arbustos de uvas
de playa que crecían en los perímetros cercados de la escuela.
4
Las maestras nos pedían que trabajáramos todos para transformar el salón en
comedor. Los pupitres los colocábamos hacia las paredes, de tal manera que
quedara un espacio para la mesa comunitaria, cubierta con un mantel colorido y
decoraciones que reflejaban el espíritu festivo del día. A medida que cada
estudiante colocaba su plato, se sentía una atmósfera de camaradería. El
intercambio era parte fundamental de esa celebración; todos querían probar lo
que sus amigos habían traído. Así, el día se volvía una experiencia culinaria
compartida. Las risas resonaban mientras se servían y se ofrecían platos de
mano en mano. La amistad se alimentaba no solo de la comida, sino también del
buen ánimo que reinaba en el aire.
5
Las
maestras tenían un papel muy activo durante este día; ellas supervisaban el
evento y aseguraban que todo se desarrollara de manera organizada. Recuerdo que
las docentes elegían a un par de estudiantes para llevar bandejas repletas de comida de un salón
a otro.
Esta
celebración fortalecía el sentido de
comunidad, no solo entre los estudiantes, sino también entre todos los miembros
de la escuela.
6
Al
final de la jornada, cuando los platos comenzaban a vaciarse y el sol se ponía
en el horizonte, llegaba el momento de llevar a casa esos sabores tan ricos.
Cada estudiante se marchaba con una generosa ración para sus padres y hermanos,
una manera de compartir la alegría del día con sus seres queridos. Era un gesto
hermoso que trascendía la jornada escolar y se abría al hogar, dando
continuidad a la celebración. Los rostros de mis compañeros reflejaban la
satisfacción de haber disfrutado de una experiencia única, llena de comidas
ricas y la calidez de la compañía.
7
El
Día de la Alimentación no solo era una fiesta de manjares, sino también una
celebración de la amistad, la diversidad y la importancia de la comida en
nuestras vidas. Esa conexión, esa unión, era lo que realmente hacían de esos
momentos un recuerdo imborrable. Con el tiempo, he guardado esos recuerdos en
un lugar especial de mi mente, evocando que, a través de la comida, podemos
encontrar un lenguaje universal que nos une a todos.
8
En
ese sentido, y continuando con lo arriba dicho, ese homenaje al pan, en el sentido más metafórico
y religioso del término, lo asocio a las
oraciones de agradecimiento que pronunciaba la maestra Dalila antes de ingerir
los alimentos en la fiesta, y a unas palabras que me dijo doña Estela de
Velásquez una vez que
conversábamos sobre esos banquetes:
—La
comida compartida con familiares y amigos es un acto muy sagrado.
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