EN CHABASQUÉN
18 DE JULIO.2013. JUEVES
Llegamos
a Paraíso de Chabasquén por una
carretera empinada. Seguimos la ruta de la Campaña Admirable. Eran casi las
cuatro de la tarde. Nos reciben en el Museo Arqueológico de la ciudad. El
director del museo nos da la mano y se presenta: Luis. Así a secas, con mucha
sencillez, con mucha modestia. Luis ha recolectado muchas piezas que adornan el
museo: hachas antiguas, armas, instrumentos musicales, herramientas de trabajo,
botellas, pinturas, y muchos otros objetos que la gente ha donado en cariñoso
gesto para conservar la memoria del pueblo.
Julio
Mendoza, el cronista de Chabasquén, es un hombre pequeño de estatura, pero
grande de espíritu. Es un profesor jubilado. Enseñaba castellano y literatura en
el liceo, y ahora se dedica con mucho
entusiasmo, a escribir la historia de su pueblo. Julio nos da la bienvenida con
un trago de cocuy que carga en una
garrafa y nos acompaña hasta el hotel Punto Criollo, frente al Cerro Mulato.
Julio
señala hacia la intrincada montaña y dice que por allí pasó José Félix Ribas,
el héroe de la Campaña Admirable.
Punto
Criollo es uno de esos hoteles acogedores de pueblo. Todo tiene una chapa
antigua, familiar. La habitación es pequeña con paredes desvaídas pero limpias.
El piso de cemento es rojo con matices descoloridos. Hay una mesa de madera y
eso me gusta. No tolero las de hierro. Son frías en todos los sentidos.
A las seis estamos en la Villa del Paraíso, un
restaurant muy pequeño. Luego nos vamos nuevamente al museo. Nos acompaña Esención,
una hermosa chica a quien le manifiesto que su nombre seguramente es Asunción, y que por las conocidas deficiencias
idiomáticas de los registradores de hace algunos años, le fue cambiado. Se risa
sólo tiene una traducción: eso es imposible.
Nos
encontramos con un obelisco. Seguimos unas cuadras más por la calle principal.
Hay casas viejas muy bien restauradas en estilo colonial con colores muy vivos
y grandes ventanales de hierro.
En
el museo se prepara una velada artística. Julio dice que el nombre de la ciudad
se relaciona con la flor paraíso, y agrega que el pueblo es fácil de querer y
difícil de olvidar.
Un grupo de niños baila el tamunangue y
percibo en el canto y el baile un aire de tristeza. Mientras el conjunto
Cuerdas del Paraíso toca valses nos obsequian con vino de mora y cocuy.
Ya en el hotel ojeo los libros que me regaló Julio: De oro
púrpura y Rostros de la niebla. Ambos de su autoría. En el primero hay crónicas
nostálgicas: “Cuando después de tantos años de ausencia volvemos al lar que nos
vio nacer, lo primero que aflora en la reminiscencia son los tiempos
inolvidables de la juventud. Correr descalzos por la ribera del Chabasquensito
, o del río negro, comerse las guayabas
en los potreros del Vargas & Valero, irse río abajo dándole topes a
las piedras para pescar cascarrones y lisas…”
Rostros de la niebla es un poemario. Lo abro y
cae en Arroyito campesino:
Arroyito
cantarino
que
vienes de la montaña
lanzando
susurros entre la corriente
guardas
en tus pozos pececitos tiernos
flores
de bucare y espejos de tiempo.
Cerca
del hotel pasa el río de los recuerdos de Julio. Me duermo con la música
apacible del correr de sus aguas.
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