[5]CASI UN CUENTO DE
NAVIDAD:UN DISPARO A QUEMARROPA.
1
En aquellas épocas navideñas de mi lejana infancia los
fuegos artificiales más peligrosos eran “los cohetes” y “los
tumbarranchos”. Estos dos dispositivos
pirotécnicos en algunas ocasiones terminaban con heridos. Los primeros debían
ser lanzados verticalmente; pero por alguna razón a veces adoptaban la posición
horizontal y seguían esa trayectoria a baja altura , precisamente hacia algún
sitio donde la gente se agrupaba. El tumbarrancho se encendía y se lanzaba,
pero a veces explotaba en las manos del sujeto que lo manipulaba. Los otros
juegos eran el “saltaperico” que se raspaba y se tiraba al piso produciendo
ruidos y luces; el traqui-traqui o
pequeño cilindro a cuya mecha se le aplicaba fuego y se lanzaba para provocar
una explosión; las estrellitas o varillas metálicas recubierta de pólvora que
al activarse producían chispas estrelladas semejantes a las que saltan en la
faena de los amoladores y soldadores ; pero a los más pequeños ,mi padre
sólo nos permitía usar unas
pistolas a la que se le colocaban unos diminutos
cartuchos metálicos en el tambor unido a un cañón sin salida que al ser
percutidos sólo emitían un fuerte sonido acompañado de humo con
un olor característico.
2
La bodega de nuestro padre era muy concurrida , y lo
era más aún en diciembre. Había compradores al detal y al por mayor; los que
pagaban inmediatamente y los que compraban a crédito. Recuerdo muy bien a
Teodosio, el último comerciante mercedense que utilizó varios burros enjalmados
para cargar sus víveres hasta su negocio de carretera. Algunos de estos clientes traían largas
listas y empezaban a dictar mientras papá junto con los empleados buscaban la
mercancía solicitada en los estantes o en el depósito.
Ese día del singular incidente que nos ocupa en el
negocio estaba un señor del campo con sombrero peloeguama. Con su lista en mano
hacía notas y trazaba rayas sobre el producto ya despachado. Mientras el
campesino estaba distraído en su faena, entró intempestivamente al local un
niño con una de las pistolas navideñas de juguete, que ya hemos descrito, y le espetó al señor:
¡Manos arriba!
El señor, muy asustado, alzó los brazos inmediatamente , y el niño
sin darle tiempo de salir de la sorpresa haló el gatillo y le disparó a quemarropa.
Se produjo el sonido típico de un balazo y el señor cayó tendido al suelo. Mi
padre sólo alcanzó a gritar: ¡Lo mató!
3
Al caer el viejo campesino apretaba los dientes y de
su boca salía espuma. Al rato se recuperó del ataque epiléptico, sano y salvo
de la desigual batalla. El niño, seguramente con su cerebro repleto de imágenes
de películas vaqueras, huyó
despavoridamente y hasta el día de hoy no se le ha encontrado.
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