MEMORIAS MERCEDENSES.
WILLIAM PÉREZ Y EL TEATRO.
Edgardo Rafael Malaspina Guerra.
1
Omar Morales me tendió la mano cuando decidí marcharme
a Caracas—Así inicia William Pérez su relato sobre su incursión en el teatro.
Eso sucedía en 1973. En la residencia caraqueña, además de Omar, se alojaban
otros mercedenses como Edwin Malaspina, Manuel Ramírez y Juan Loaiza. El hostal
que los acogía se ubicaba en San Agustín del Norte, parroquia llena de historia
y atracciones turísticas, y cuyas calles siempre están colmadas de gentes de
todos los estratos sociales. Cada quien en sus asuntos.
Su primer trabajo en la capital fue de empacador en
los supermercados de la cadena CADA, donde se redondeaba una entrada mensual por
encima del sueldo que obtenían sus coterráneos con empleos más formales.
2
Aquellos eran tiempos cuando los buses hacia Caracas
no pasaban por Las Mercedes. El transporte se tomaba en Chaguaramas o en La
Pascua. El punto de llegada era el Nuevo Circo. También se podía tener la
suerte de conseguir una cola con un conocido.
Aquellos eran tiempos del bipartidismo y el auge
petrolero.
Aquellos eran tiempos del servicio militar
obligatorio. Por eso Omar fue reclutado, y William debió enrumbar sus pasos por
otros senderos y con otras amistades.
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Antes de marcharse a Caracas, William se movilizaba
entre Las Mercedes y San Juan de los Morros. Hizo pasantías por los liceos de
secundaria, tocó el cuatro, llevó serenatas, en las madrugadas frías del llano,
ante el ventanal de alguna hermosa mercedense, y cantó para conseguir dinero y así poder colaborar con la economía
familiar. Contribuir con los gastos de su hogar, ayudar a Bernardita, su abnegada
madre que desempeñaba los trabajos más
duros y humildes, y apoyar a sus
hermanos lo hacían sentirse, con mucho orgullo, el hombre de la casa.
4
Con Eberto Jaramillo, también mercedense, incursionó en el arte culinario. El
restaurante donde atizaba los fogones de la gastronomía italiana se situaba en
Sabana Grande. El nombre de ese local era “El bodegón de la pasta”. Este
escribano recuerda haberlo visitado junto al amigo Emigdio Soublette. Esa fonda, especializada en macarrones y
espaguetis cocidos bajo el tratamiento de diferentes recetas, pertenecía a un
argentino, quien generosamente les permitía pernoctar en su propiedad.
5
William recuerda vivamente Sábana Grande, la avenida
Casanova y los concurridos locales con mesas y sillas fuera del recinto
principal que le daban esa pátina de bohemia a la Caracas nocturna, emporio de
intelectuales y artistas.
Allí estaba El gran café, fundado por Papillón, el
gran aventurero francés que escribió un libro con sus recuerdos, llevados al
cine. Era muy famoso en aquel tiempo. En su cafetín se servía el café en tazas
y platillos de porcelana con su respectivo vaso de agua. Era cuestión de cumplir un rito con elegancia.
Cerca estaban otras fuentes de soda y cervecerías como
El viñedo y La vesubiana.
Estos lugares, propicios para el esparcimiento y la
charla cultural con una copa de vino, eran frecuentados por gente de la
televisión, la radio y el teatro.
La palabra teatro le cayó muy bien a William, y más
aún las personas que lo hacían realidad sobre las tablas, con su estilo de vida
desprendido y el desparpajo de las sobremesas.
6
En 1978, William Pérez estaba estudiando en la Escuela
Nacional de Teatro. Allí conoció el método de actuación de Stanislavski: el
artista debe penetrar en la psicología del personaje que interpreta, sentir sus
emociones, crearlo. Esa identificación debe ser plena, creíble.
William
asimiló a la perfección ese método, por eso le fueron asignados importantes
papeles a su tiempo como actor.
Por
su puesto que en esa institución teatral estudió a otros rusos prominentes,
creadores de piezas teatrales notables, como Antón Chéjov y su Gaviota;
Ostrovski, quien prácticamente vivía en el famoso Mali Teatr de Moscú montando
piezas, unas tras otra; el excéntrico Gógol y sus Almas muertas; Pushkin y su
Dama de picas o La hija del capitán; Fonvizin, el gran dramaturgo ruso de la
época de Catalina II, y muchos otros.
Recibió
también lecciones sobre las obras de Shakespeare y su “ser o no ser”; Arthur
Miller y Las brujas de Salem; Henrik Ibsen y la Casa de muñecas; Jean-Paul Sartre y Las moscas.
Fue
asimilando poco a poco y de manera consciente cada lectura sobre autores y sus
obras para luego actuar con desenvoltura sobre las tablas.
7
William
jugó papeles importantes en obras de teatro para niños. Laboró el Teatro de
Arte Infantil y Juvenil (TAIJ), fundado por Rafael Rodríguez Salas, un caraqueño nacido en Guasdualito. Por
esas casualidades ,que el doctor Gustav Jung llama sincronicidad, tanto Rafael
como William se iniciaron en el teatro barriendo el escenario.
Participa
en “La inimaginable imaginación”, La loca ciudad, Tu país está feliz y El
espejo de los muertos. Todas, obras de Rafael Rodríguez.
También
formó parte del elenco teatral de “El dragón”, del dramaturgo soviético Eugeni
Shvarts. Esta es una fábula de corte político para criticar el autoritarismo
que se imponía en la URSS con Stalin al frente del gobierno.
La
inimaginable imaginación se transmitió por RCTV en 1982 y alcanzó trece
capítulos. Los personajes de esta pieza teatral son inolvidables para William.
Recuerda con una sonrisa a Glu Glú , el perro parlanchín, Laura, Orejón y a Gatica, entre otros
personajes ficticios.
8
William
conoció de cerca a los integrantes de la llamada
Santísima Trinidad del teatro venezolano; es decir, al trío de grandes
dramaturgos que impulsaron el arte de los escenarios: Isaac
Chocrón , Román Chalbaud y
José Ignacio Cabrujas.
Chocrón
era el más elitesco, aunque con los actores se mostraba sencillo y tratable.
Chalbaud, de baja estatura, gordito, era cortés. Sus temas provenían del mundo
marginal, de los cerros, los burdeles y las intrigas callejeras. William lo
caracteriza como excelente persona y muy servicial.
Cabrujas
era otra cosa. Siempre andaba pensativo, como fraguando sus piezas teatrales
mientras hablaba. Llamaba a William, cariñosamente, “Catire” y lo enviaba a
comprar cigarrillos, los cuales olvidaba en algún lugar del teatro. Cuando
William hacía el mantenimiento, encontraba las cajetillas de Astor Rojo, la
marca preferida de Cabrujas, y se las guardaba.
9
William
Pérez tuvo dos grandes etapas en su vida: el canto y el teatro. Cuando conoció
a este último arte, el de las tablas, se convirtió en su pasión máxima, hasta
el punto de haber logrado representar papeles protagónicos.
Ahora
tiene otros proyectos vitales en mente: escribir historias de personajes de Las
Mercedes del Llano y retomar el micrófono.
Todo
a su tiempo, como dice el Eclesiastés.