RUMBO AL ORINOCO
(Médanos de Indios)
Edgardo Malaspina
1
Es tediosa la noche, larga; y el calor hace difícil conciliar el
sueño. Una casa muy pequeña, de las
llamadas rurales, con sus paredes candentes, nos sirve de abrigo. Las puertas y ventanas están muy bien
cerradas para evitar que se cuelen los mosquitos. Eran bastante y su molestia, mayor. Antes de emprender el viaje, Pajarito , con
su hablar convulsionado y apresurado ,nos había prevenido:
-Andan en nubes negras y si se
lanza una manotada al aire se puede asir un montón de esos fastidiosos
voladores con el puño apretado-.
Una vela de sebo, con su luz
chirriante e indecisa, alumbra tenuemente la estancia con grandes focos de
claroscuros y penumbras móviles.
Las sombras de la noche y el
fuego propician la meditación y la conversación filosófica, interrumpida sólo
por el ruido de los ratones y el crujir de las alcayatas de los chinchorros.
2
El maestro del caserío nos habló
de los problemas de la escuelita. Los
pobladores no entendían su importancia y necesidad, no obligaban a los niños a
asistir a las clases y en muchas ocasiones los retiraban para emplearlos en
faenas duras. Nos refirió que se la
pasaba pleiteando con los vecinos que tenían la costumbre de utilizar los
salones de la escuela, por las noches, para ubicar sus cochinos, buscando
protegerlos de las picaduras de los zancudos.
El maestro dio un giro en la
conversación y comenzó hablar de libros, de su biblioteca, del significado de
la vida, de su origen, etc. Explicó que
no había diferencia entre creación y evolución.
-Creo en Dios y luego acepto a
Darwin – dijo para rematar su exposición.
3
José Beltrán se refirió a las últimas teorías cosmológicas,
al Big Bang, al alejamiento constante de
las galaxias. Luego habló de Friedman,
de Hawking, de los agujeros negros, del calor de las estrellas y su importancia
para medir las distancias.
-Coño, ¡que calor hace! – pensé.
-Dentro de varios millones de
años el universo colapsará al producirse una nueva explosión – terminó diciendo José Beltrán.
4
Yo, simplemente dije que
era trágico pensar que todo se acabaría
algún día. Es sombrío ese futuro cuando
imaginamos que todo lo bueno que ha producido el hombre se perderá
irremediablemente.
-Seguramente eso explica el afán
de las grandes potencias de explorar otros mundos. No quieren que algún día una bola candente
los reviente por eso desde ya estudian y planifican un viaje para el carajo, lejos, dije.
5
Salimos a la calle. Por largo tiempo y en silencio estuvimos
contemplando el firmamento.
Regresamos a nuestros chinchorros
y seguimos conversando de todo un poco; luego la tertulia se fue haciendo
lenta, pesada, hasta que un ronquido nos hizo comprender que era suficiente por
esa noche.
6
La ventisca arrastraba la arena
y golpeaba, silbando en las paredes de nuestra casa provisional. Los perros no cesaban de ladrar y lo hacían
con más vigor cuando un burro o un cochino atravesaba al galope las
callejuelas. El ruido del motor de una
lancha precedía a un tiro de escopeta; el eco se esparcía y retumbaba en
espacio negro del silencio.
Bajo la luna grande el médano
descansaba plácidamente.
7
En octubre el Orinoco aún está
bastante crecido y con sus afluentes, el Caujarito, Guariquito y Aguaro, cubre
las playas de los médanos por todos los lados, convirtiéndolos en verdaderas islas. Entonces las queseras no son más que horcones
tímidamente asomando sus techos de palma, como barcos encallados; y los
caseríos parecen archipiélagos de cúpulas.
Las aguas sacan a los pobladores de las costas y riberas. Familias enteras llegan desde Garcitas y
otros médanos al de Gómez, para pasar la temporada.
Son tiempos muy difíciles porque la principal
fuente de alimentos y de intercambio comercial es la pesca , y ahora la
creciente casi no la permite sino como actividad menor para el diario
mediocomer. En pequeñas curiaras los
pescadores se internan en los bancos de sabanas inundados y regresan más tarde
con sus escuálidos botines para encender las fogatas a la orilla del río. La manteca cruje en las sartenes, alrededor
de las cuales se concentran los niños
macilentos.
Parecen disfrutar del
espectáculo de las llamas; pero en realidad es el hambre que les hace
permanecer entre los hilos de humo.
Hombres, mujeres y niños, palmeras, arreboles, río y fogata hacen una
composición espectral, una escena ritual lúgubre.
Así son casi todos los atardeceres del médano.
8
Con el alejamiento de la
estación lluviosa las aguas empiezan a retirarse. El río se encoge hacia el centro, permitiendo
la aparición de las vegas. Las tierras feraces de las costas son aprovechadas para
la siembra de algodón. José Beltrán establece
un paralelo con la civilización egipcia:
-Así vivió el hombre del Nilo,
dice.
9
La vida de los médanos es
apacible y aburrida. Los hombres se levantan con el sol y luego se dirigen al
río. Con el cuerpo semidesnudo y con los
pies descalzos o en alpargatas observan, con tristeza y pereza, el movimiento
rítmico de las aguas.
Después parten a pescar, a cazar
patos o guacharacas, o arrancarle algunos tubérculos y otras raíces comestibles
a la orilla del río. Al mediodía
reposarán en sus chinchorros y en la tarde con sus vientos frescos, se pasearán
por la arena abundante de las calles, beberán unas cervezas y escucharán y
bailarán joropos con un radiecito de baterías.
10
Estábamos en los médanos
invitados por Magdalena Rivas, hombre culto y terrateniente de la zona
denominada Gómez. La curiosidad
investigativa nos llevaba a uno de los médanos antiguamente habitado por los
indígenas.
Al llegar a Médanos de Gómez,
Magdaleno nos sugirió pasar al chalet de su propiedad. Llamó a su mujer – una de sus tantas – y le
pidió que preparara el almuerzo.
-Algunos piensan que uno tiene
varias mujeres por tenerlas – dijo Magdaleno sentándose en un sillón y agregó:-
y en realidad uno lo hace por necesidad y más aún por comodidad. Mientras tanto la obediente mujer le quitaba
las botas.
Almorzamos abundantemente con
arroz aguado con guineo, pato salvaje frito, frijoles amanecidos, yuca, queso
blanco llanero, pavones bien tostados y arepa.
11
Antes de navegar para Médanos de
Indios, objetivo principal de nuestro viaje, dimos una consulta médica al aire
libre, debajo de los árboles. El maestro
hizo las veces de enfermero mientras yo examinaba a los pacientes que se arremolinaban
alrededor del improvisado consultorio.
Algunos trajeron unos taburetes y se sentaron haciéndonos un
círculo. Los niños parecían los que más
disfrutaban. Recordé los cines
ambulantes que pasaban por mi pueblo en carpas.
Fue una sesión conjunta, una
especie de terapia de grupo porque los diagnósticos eran bien comentados y
murmurados.
12
La estadía en los Médanos de
Indios fue breve y cuando partimos hacia Cabruta en la madrugada, la luna
llena, detrás de la enramada, parecía guiarnos con su resplandor.
13
En general, tengo entendido,
nuestros indios tenían una cultura igual o tal vez superior a la española, -
empezó a comentar Magdaleno y prosiguió:- Fueron excelentes agricultores,
porque la agricultura era algo sagrado, ritual.
Construían terrazas para evitar la erosión de los terrenos y canales
para irrigar los sembrados. Un
colombiano publicó un libro donde dice que si no fuera por la papa la
civilización europea hubiera desaparecido con tantas guerras y hambrunas. ¡la
papa es un legado de nuestros indios!, remató Magdaleno .
14
El aluvión de las aguas arrastra
todo lo que encuentra a su paso. Desde
nuestra curiara divisamos árboles navegantes, troncos y cadáveres de vacas
flotantes. Me llamó poderosamente la
atención un perro nadando desesperadamente en medio del río, buscando algo
donde apoyarse sin encontrarlo.
-Es una manera de deshacerse de
los perros indeseables por estos lados, explica Magdaleno.
Pienso que todo esto es un
crimen horrendo. No recuerdo que
escritor ruso dijo que los animales eran nuestros hermanos menores y por eso
había que protegerlos, amarlos.
15
Los mayas fueron grandes
científicos – dice el maestro y continúa – inventaron el cero, su sistema de
numeración era superior al de los europeos, su año tenía también 365 días. El sistema métrico era vigesimal, es decir,
con base en el número veinte, conocían el cambio del tiempo según el recorrido
de la luz que entrara por las puertas; teniendo como fundamente todo este
arsenal matemático y astronómico levantaron monumentos arquitectónicos como los
de Tikal…
Si, tenían nuestros indios una
cultura muy desarrollada antes de la llegada de los españoles. Allí están Machupicchu, Chichén, Itzá y Uxmal
con sus fantásticas pirámides; y no hablemos de Copán, en Honduras, la ciudad
de las maravillas, del conocimiento, de la sabiduría. Era una especie de ciudad universitaria-
terminó emocionadamente el maestro.
16
Nuestra navegación hasta los
momentos es de cabotaje, para evitar grandes peligros. La curiara se desplaza como entre los canales
de los pequeños ríos que nutren al Orinoco.
Matorrales, cujíes e islotes de sabana son el camino, la ruta de los
viajeros acuáticos. Así vamos, sumergidos
en nuestros pensamientos cuando hay altos en la conversación hasta que abruptamente
aparece ante nuestros ojos una gran masa de agua, infinita, avasallante. Es el Orinoco imponente.
El agua penetra en la curiara,
refrescando nuestros cuerpos. Los rayos
solares ofuscan la visibilidad.
17
Es cierto, maestro - empieza José
Beltrán – los incas, por ejemplo, fueron excelentes matemáticos, idearon un
sistema de contabilidad con cuerdas
anudadas y coloreadas y que es conocido
como el quipu. Pero quiero referirme –
continuó José Beltrán – a las grandes ciudades indígenas como Tenochtitlán de
los aztecas y el Cuzco de los incas; las ciudades contemporáneas de la España de aquella época
eran poca cosa comparadas con las nuestras.
Hernán Cortés quedó maravillado al ver las grandes plazas de las
ciudades mexicanas y decía que ni la de Salamanca le daba por las patas. La
religión cristiana, sus fanáticos, la inquisición, el hijo de puta de
Torquemada y sus hogueras se encargaron de destruir los códices, los documentos que hablaban del
gran avance de la ciencia, del desarrollo cultural, del progreso social de nuestros
indígenas. No sé por qué coño quieren que
celebremos cada año la llegada de esos
bárbaros. ¿Por qué carajo no celebran
los españoles la llegada de los árabes a su territorio? Terminó con tono
enfático e iracundo José Beltrán.
18
Nuestra embarcación es golpeada
fuertemente por las olas que parecen muy furiosas. El vaivén es constante y hay necesidad de
alejarse de la costa para evitar los ataques frontales de la turbulencia con su
consecuente expulsión del cauce de nuestra pequeña embarcación. Magdaleno dice que es algo natural porque a
las diez de la mañana el Orinoco se pone bravo.
Eso pasa todos los días.
19
Yo hablé sobre los avances
médicos que habían logrado los indios a la llegada de los españoles, de la
existencia de herbolarios donde se cultivaban plantas medicinales. Recordé que
los aztecas tenían tiendas que eran expendios de medicamentos. Los indígenas de los andes dominaban a la
perfección la trepanación craneal y utilizaban las hojas de la coca masticada
sobre el campo operatorio en calidad de anestesia, muy primitiva pero efectiva;
para suturar colocaban las tenazas de hormigas grandes o bachacos de tal manera
que quedaran unidos los bordes de la herida y luego quitaban la parte sobrante
del insecto que además segregaba sustancias antisépticas. Los indios conocían la quina – continué – la
ipecacuana, el curare, utilizados hoy en día ampliamente en la medicina
occidental o han servido de fundamento para realizar estudios en farmacología
moderna. Los incas colocaban perlas en
los dientes para curar las caries y utilizaban los hongos que crecen sobre las
papas para hacer jarabes curativos. En
Europa se vino a saber sobre las propiedades curativas de los hongos sólo
después del descubrimiento de la acción antibiótica del Penicillum notatum.
20
Terminé mi exposición cuando
estábamos llegando al puerto de Cabruta.
Muchas embarcaciones se encontraban amarradas en el muelle. Algunas personas esperaban en la orilla. Las tiendas aún estaban cerradas. Unos vendedores de empanadas, en bicicletas,
proponían sus mercancías vociferando:
¡Están calenticas!
En un rincón apartado estaban
unos indios con unos aperos primitivos de caza y de pesca. Tenían por toda vestimenta unos taparrabos
diminutos. Más allá uno de ellos tomaba
un trago empinándose una botella de ron.
Otro dormitaba tranquilamente sobre unos cartones en el suelo. Sus niños, ofreciendo a los pocos transeúntes
indiferentes, collares de semillas coloreadas, dientes de animales, figurillas
de azabache y otras bagatelas, tenían rostros melancólicos. “Esa tristeza, esa depresión, ese razonar sin
esperanzas que a veces nos aturde tiene motivos nostálgicos, ancestrales”, me
dije.
Nos dirigimos al carro que nos
esperaba. Sentí un pinchazo en las
sienes. Un sentimiento de lástima y
arrechera me invadió y dije a mis compañeros:
-¡Carajo, cómo se ha degradado
nuestra gran cultura!
Nubes gruesas y negras cruzaban
el Orinoco. Garzas y pelícanos rasaban,
en sus vuelos intermitentes, sus aguas ondulantes.
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