ANDRÉS
ELOY BLANCO
Edgardo
Malaspina
1
En
las noches mercedenses solíamos reunirnos en los bancos de la plaza, en la
avenida o en cualquier sitio sentados en
el suelo. Hacíamos certámenes poéticos que consistían en recitar de memoria
versos de bardos conocidos. Andrés Eloy Blanco era uno de nuestros preferidos.
Barreto empezaba:
Ya pasaste por mi casa,
a flor de ti la sonrisa
fuiste un ensueño en la gasa,
fuiste una gasa en la brisa
Y
yo continuaba:
Te vi flotar en la bruma
que tu blancura aureola
como un boceto de espuma
sobre un pedestal de ola.
Y
así seguíamos con Las Coplas del amor viajero...
2
Visito
la casa natal de Andrés Eloy
Blanco con el escritorio hecho por el
propio vate, el consultorio médico de su padre y los viejos tomos en la biblioteca:
¡Mi
casona oriental! Aquella casa
con
claustros coloniales, portón y enredaderas!
3
Todo está celosamente cuidado por el amable
guía; y el patio donde crece, un descendiente en quinta generación del
“gran parral que daba todo el año uvas más dulces que la miel de abejas”.
Y entonces recordé a mi maestra de primaria,
Dalila de Arbeláez , cuando me enseñó a recitar los versos de La Hija de Jairo:
“y Ella se alzó, delgada de martirio,
y una
voz le subió por la garganta
como
una abeja que abandona un lirio”.
(Cumaná, 2008)
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