CRÓNICAS DE LAS MERCEDES DEL LLANO
DOÑA YOLE Y LA PRIMERA LIBRERÍA DEL PUEBLO
Edgardo
Malaspina
Andrea Paladio , el célebre arquitecto
italiano del Renacimiento, desarrolló su actividad Construyendo hermosos templos y palacios en su ciudad
natal, Vicenza; hecho cultural por el cual
la UNESCO la declaró Patrimonio
de la Humanidad. Precisamente en Vicenza nació una mercedense que todos recordamos con cariño: Yole Cogno Poletto (24.11.1912-3.03.2000).
Juan Bosco, un santo famoso por defender a los niños desvalidos y fundador de
una congregación religiosa, hizo sus estudios en Chieri, una ciudad que
apareció desde la propia prehistoria.
En
Chieri nació Vincenzo Molino Grandi ( 3.11.1915-1988),
esposo de Yole. Doña Yole, como todos la llamábamos, y Vincenzo emigraron a Lausana
(Suiza) en 1946. Los países participantes en la segunda guerra mundial
estaban devastados y su gente marchaba a otros lugares en busca de paz y
trabajo. Ella, contadora de profesión; él, albañil, se mantienen en tierras suizas
hasta 1949, cuando llegan a Venezuela por la Guaira. Caracas y Puerto La Cruz
son destinos efímeros; Las Mercedes del Llano es un escenario más atractivo por
lo del petróleo. Llegaron al pueblo en 1950;
y en 1963 Doña Yole abre una
librería , la cual llevaba su propio nombre. Estaba ubicada al suroeste de
la Plaza Bolívar, en el sitio que una
vez ocupó la primera casa mercedense de tejas, denominada “Casa Marquera”.
Desde los doce años yo solía visitar ese recinto de
libros, papeles y lápices. Dos viejitos atendían amablemente a la clientela.
Varias veces noté como un texto deteriorado, por arte y magia de la
encuadernación, se convertía en una obra nueva. Una vez pregunté por un tomo
preciosamente empastado. Tenía unos jinetes en la portada. “Es un libro de
aventuras. Muy bueno. Te encantará. Vale cinco”, dijo Doña Yole, y me lo dio para hojearlo. Por
varias veces me acerqué a la tienda para observar el libro en el
estante. Aún no reunía el dinero. Un día Doña Yole me dijo: sé que vienes por
el libro, ¿cuánto tienes? Tres, contesté tímidamente. Llévatelo, fue la
respuesta. Desde entonces colecciono ejemplares de El Quijote.
Con el tiempo, Doña
Yole se convirtió en mi paciente. Luego
de la consulta disfrutaba de su conversación y de su reconfortante café
con grappa. Me hablaba de la importancia de la disciplina para triunfar en el
trabajo y de la fuerza espiritual que proporciona el hogar para vencer las
dificultades. En el frente de su casa estaba escrito como lema esa convicción
de la vida: “La mia casa puó sostitoire il mondo, pero il mondo non puó
sostituire la mia casa.”
Doña Yole profesaba la
certeza mediterránea sobre las dietas y
el ejercicio físico para conservar la salud, con una pizca de suspicacia hacia
la medicina. Reiteradamente me hizo el siguiente relato: un hombre vivía y
trabajaba en el campo, y cada vez que
sentía un malestar se dirigía al pueblo más cercano, situado a varios
kilómetros de distancia. El largo viaje en busca del médico lo hacía a pie;
pero el galeno nunca estaba y entonces el pobre campesino regresaba a su casa
sin receta ni medicamentos. Como no había trabajado no tenía mucho que comer.
La situación se repetía cada vez que el hombre creía amenazada su salud. El
labrador murió en la profunda vejez. En conclusión: nunca lo vio un médico,
hizo ejercicios y comió poco; pero vivió
bastante.
Tal vez la observancia
del antiguo precepto higienista
grecorromano hizo que Doña Yole llegara casi a los noventa con memoria
lúcida y parlamento ingenioso.
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