NAVIDAD Y AÑO NUEVO EN LAS MERCEDES DEL LLANO
Edgardo Malaspina
Los recuerdos más lejanos sobre las
celebraciones decembrinas mercedenses (1920-1930) los encontramos en los
escritos de Concha Rachadell (1902-1900), la primera maestra del pueblo.
Rachadell describe algunas fiestas de gala al aire libre (en “casas
hospitalarias”) por motivos navideños en “noches de perfumes y de música y de
luna”, con bellas damas, luciendo rosas en sus hombros; y caballeros gallardos
y galantes que se paseaban en un patio
florecido de jazmines. Los presentes eran “jóvenes, enamorados, platónicos de
ilusiones y de esperanzas”, entregados al placer y que brindaban con “vinos
añejos en finos cristales”. En estas veladas
reinaba el orden, la cordialidad y la alegría; y se recitaban poesías,
entre canciones y bailes. La maestra le dedica unos versos a una Noche Buena:
Las campanas anuncian ¡ha nacido el Mesías / y en esta noche plácida y serena/
sólo mi pobre alma no siente alegrías/ porque tú estás tan lejos en esta noche
buena!
Concha
habla de una reunión un 31 de diciembre, iluminada “por una hermosa
luna llena… que enviaba su luz, como una bendición del cielo sobre los tristes moradores de la tierra”;
y continúa: “El ambiente era suave y embalsamado y el cielo esmaltado de
bellísimas estrellas estaba teñido de un azul purísimo”. El año nuevo lo
recibieron apurando “en finas copas, los más finos licores”. Al siguiente día la
reunión festiva continuaba bajo un amanecer “claro y bello, magnífico,
esplendido”; y los mercedenses pensaban “al aparecer un año nuevo:¿qué nos
traerá?...¿la felicidad o la desgracia, la realización del bello ideal o la
muerte de todas las esperanzas?
2
Para
muchas generaciones de mercedenses la navidad se asocia a las arepitas dulces de Mamila. No hay
mercedense que no conozca aunque sea por referencia a Mamila en una esquina de la plaza Bolívar.
Sus bocadillos resumidos en una arepa portadora de la mejor culinaria oriental
los devorábamos cual manjar de dioses en los preludios friolentos de los
amaneceres mercedenses con misas de aguinaldo.
3
Por
un tiempo las misas de madrugada fueron suspendidas por el párroco. Varias
fueron las razones: alguien lanzó un cohete
horizontalmente entre los feligreses y algunos resultaron heridos.
Además, Remigio cantó la versión
completa de la gaita de Joselo, de moda a la sazón, en pleno servicio
religioso; y cada vez que el cura le pedía silencio, Remigio respondía con voz
etílicamente distorsionada, mientras su cuerpo se tambaleaba: ¡no somos nada! (En
alusión a uno de los chistes más pegajosos de la gaita de marras).
4
Varios
personajes quedaron en mi memoria asociados a la navidad. El maestro de
albañilería Francisco Carrillo era hombre de palabras y acciones curiosas.
Decía no asistir a los entierros por
motivos de reciprocidad: estaba convencido de que los difuntos amigos no asistirían
tampoco a su funeral. También solía
contar que dormía con sus lentes puestos para no perderse ningún detalle en
caso de que Morfeo lo gratificara con algún pasaje onírico eróticamente interesante. El maestro Francisco
repartía en diciembre sus tarjetas de presentación con un mensaje
reconfortante, propio del espíritu navideño. También se montaba sobre el único
tanque que distribuía el agua al pueblo y colocaba un arbolito, cuyas luces
llegaban a todos los confines de la ciudad para regocijo de niños y adultos.
5
“Carita”
, una especie de fotógrafo ambulante, con
su figura delgada cargaba terciado al hombre su instrumento de
trabajo; y el 31 de diciembre, no sé si motu proprio o por indicación de las
autoridades, atestaba de pólvora un pequeño cañón en la plaza Bolívar, al cual
aplicaba fuego en el preciso momento cuando un año daba paso a otro. Los
mercedenses esperaban el retumbar del cañón de Carita para abrazarse y darse el
feliz año.
Me encanta tus libros
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